#15 Consumiendo por encima de nuestras posibilidades
¡Hola! ¿Qué tal? Este mes vamos a cambiar un poco las cosas. No te preocupes, te cuento…
En primer lugar, me presento: soy Carlos. ¡Encantado! Ese es el primer cambio, este mes no ha venido Kintsugi a dar la chapa desde su nube (de AWS, probablemente).
Este mes hemos querido levantar el pie del acelerador de la investigación, bajar marchas y aprovechar para charlar un poco de tú a tú mientras disfrutamos del paisaje. Bueno, más bien yo vengo a contar mi historia y luego nos puedes responder en redes. ¿Nos sigues en Instagram? Allí subimos la mayor parte de nuestro contenido y te enterarás de todo lo que hacemos, también de cuándo subimos las newsletters.
Lo cual me recuerda, ¿te has suscrito? Venga, puedes hacerlo ahora si aún no lo has hecho.
Retomando el tema, este mes hemos querido bajar el ritmo y hablar con calma porque estamos un poco… al límite. Bueno, realmente soy yo quien está llegando a su límite. Aunque ¿no os parece que últimamente todo el mundo está un poco al límite? Me explico.
Me encontré hace unos días con una palabra que resume muy bien lo que quiero explicar hoy: backlog. Significa, dicho deprisa y mal, la lista de pendientes, en cualquier ámbito. Yo escuché este término en un vídeo sobre cómo cada vez estrenan más videojuegos de los que la gente es físicamente capaz de jugar, pero se puede aplicar a prácticamente todos los ámbitos de la vida.
Que levante la mano quien no tenga una lista de libros que leer, o de películas o series que ver, y esa lista no sea interminable o lleve años creciendo sin parar. De hecho, que levante la mano quien tenga una lista de libros comprados y pendientes de leer.
Yo tiraré la primera piedra y será sobre mi propio tejado: tengo ahora mismo 15 libros que he comprado a lo largo de los últimos meses y que todavía no he tocado. Tengo una lista de pendientes de más de 100 libros. Y cada mes meto uno o dos más. En mi mesilla de noche ahora mismo se acumulan un cómic, dos libros y el e-book, y sólo uno no lo he empezado a leer.
¿La de estar a solas con mis pensamientos no me la sé? Efectivamente, ¿cómo lo has sabido?
Pero no soy sólo yo, lógicamente. Una breve visita por las redes y volveremos con una lista de series hasta el próximo año, películas de aquí a la jubilación y podcasts para escuchar hasta que se nos caigan las orejas. Y no hablemos ya de los problemas realmente importantes: no hay nada como salir a las redes para preocuparse por un centenar de cosas cada día, de las cuales probablemente la mitad no sean para tanto, pero la otra mitad realmente son problemas y deberíamos estar haciendo algo al respecto. Pero claro, yo sólo soy una única persona, ¿cómo puedo solucionar tanto? Pero ¿cómo voy a no hacer nada? Creo que eso mejor lo dejamos para otra newsletter, ¿de acuerdo?
Series, películas, podcasts, libros… Vivimos en la mejor época para las artes y para poder disfrutarlas, eso creo que está claro. La democratización de la educación y la tecnología ha hecho posible que, coloquialmente hablando, cualquier hijo de vecino pueda crear casi cualquier tipo de contenido con relativamente pocos medios. Y aún así, creo que la impresión general es que nos estamos pasando de rosca, a nivel personal y social. No damos abasto porque todo es igual de importante, todo el mundo está hablando de todo, así que todo debe ser consumido, puede que incluso disfrutado, para no quedarnos fuera de la conversación en redes. Porque, si no estás hablando de la última temporada de [inserta aquí la última serie que hayas visto] en las redes, ¿acaso la has visto siquiera? En todo esto juega un papel muy importante el FoMO (Fear of Missing Out), de lo cual hablamos hace casi un año (puedes leerlo aquí si todavía no lo has hecho o no lo recuerdas), pero no sólo a cuenta de las novedades, sino porque ya contamos con suficiente contenido como para disfrutar 27 vidas seguidas.
Y no tenemos que irnos muy lejos para ello porque para muestra, un botón: yo mismo y (de nuevo) los libros. Teniendo en cuenta lo que he leído en los últimos cinco años y medio (lo que tengo registrado en Goodreads), un 40% de mis lecturas fueron publicadas antes del año 2000, y del 60% restante, ni una cuarta parte fueron publicadas después de 2020. Quiero decir, no estoy precisamente leyendo las últimas novedades, porque ¿cómo voy a ponerme con lo último de Brandon Sanderson cuando existen Terry Pratchett o Isabel Allende? El Eternauta cumplirá 70 años en breve y todavía no lo he tocado. Tengo mucha curiosidad por ver qué tal es El largo viaje a un pequeño planeta iracundo, pero todavía tengo que acabar todo lo que va antes. Las grandes obras y las joyas escondidas me están esperando y yo no puedo leer tan rápido, y no será porque no lo intente. Y lo mismo podemos aplicar a prácticamente todos los ámbitos de la vida…
Me encanta leer, creo que eso ha quedado ya suficientemente claro, y me encanta vivir en un momento en el que puedo leer todo tipo de experiencias de todo tipo, de culturas en cualquier momento de la historia. Todo esto puedo hacerlo porque los avances en tecnología de las últimas décadas lo hacen posible, así como los avances sociales que acercan la educación a cada vez más gente y hacen posible que podamos conocer cada vez más realidades; pero tengo claro que estas mismas inquietudes que tengo hoy las tuvo una chavala hace tres siglos bajo la dinastía Qing, un agricultor bajo el dominio del imperio de Mali hace ocho siglos, o realmente cualquier cultura con una transmisión del conocimiento basada en la palabra escrita. No hemos cambiado tanto, de verdad. Contamos con una cantidad increíble de conocimiento acumulado, pero como seres humanos seguimos siendo los mismos. Seguimos reconociendo caras donde no las hay porque así evolucionamos para sobrevivir, tenemos animales en nuestras casas porque nos sigue gustando su compañía, y nos seguimos quejando de todo porque las hojas de reclamación existen desde que existe la civilización misma.
En esencia, seguimos siendo los mismos y hacemos (casi) las mismas cosas que hace 12.000 años, cuando surgió el primer templo en el sur de lo que hoy llamamos Turquía. Lo único que ha ido cambiando a lo largo de estos 12.000 años son los medios con los que contamos y, con ellos, la magnitud de las acciones. Y creo que es por ello que estamos acercándonos al límite. En muchos sentidos.
Esto está relacionado con lo que se suele decir sobre los trabajos cada vez que hay una revolución industrial. Se ha vuelto a escuchar hace poco en relación a la IA (tanto para sobreestimar como para subestimar su efecto, como suele ser habitual), y aunque mi opinión al respecto no tiene mucha relación con el tema, yo estoy con los neo-luditas. Sí, los últimos avances en IA son fascinantes, pero si no los hacemos bien y no los dirigimos por el buen camino, acabaremos pagando el pato la mayoría mientras se benefician unos pocos. Lo leía en Twitter dicho más o menos así: “La IA debería ayudarnos en el trabajo para poder dedicarnos a hacer arte, y en vez de eso nos está haciendo “arte” para poder dedicarnos al trabajo”. Todo esto tiene relación con el gran problema de fondo al cual no haré alusiones porque podría estar aquí dos semanas más escribiendo y esto ya está durando suficiente y aún tiene que acabar, pero siguiendo con la pasada revolución industrial que supuso internet, creo que este fue el inicio del fin, allá donde comenzó la ruptura de la humanidad y que provocó un cambió profundo y fundamental en cómo nos comportamos como sociedad. Lógicamente, estos cambios necesitan tiempo, no estoy diciendo que mySpace o Tuenti fuesen lo mismo que TikTok a día de hoy, pero desde el primer momento se pueden ver destellos de lo que hoy es.
¿Qué puede salir mal si conectamos a la humanidad al completo en un ambiente que prioriza el crecimiento infinito? Correcto, line goes up. Sin parar, da igual lo que pase. Line. Goes. Up. Y cuando entramos a mercantilizar la atención de las personas, pasan cosas muy divertidas.
No voy a decir que la atención de las personas cada vez sea menor porque no creo que eso sea cierto. La principal prueba que tengo al respecto son las películas más populares cada año, que cada vez son más largas. No, la atención sigue ahí, no la hemos perdido, pero obviamente está nuestra naturaleza y cómo nos comportamos ante los estímulos. Y quienes llevan las redes son conscientes de ello y no han parado de explotarlo desde el principio. Vídeos cada vez más cortos, efectos cada vez más llamativos, scroll infinito… El tiempo de uso medio de los móviles no deja de subir y no es un fallo de diseño en el sistema, es que el sistema está hecho así. No es un bug, es una feature. Las diferentes aplicaciones están peleando por tu atención y tu día sólo tiene 24 horas. Lo dijo en su momento el ahora presidente ejecutivo de Netflix: “estamos compitiendo con el sueño”. Hay que tomar consciencia de que su objetivo es que consumas su contenido el máximo tiempo posible, y a menos que se implanten regulaciones que lo impidan, no dejarán títere con cabeza para conseguirlo.
“Pero Carlos”, - dirán algunas voces discordantes - “¿qué hacemos con todo esto? Es muy fácil vender el fin del mundo, pero ¿a dónde quieres llegar?”.
“Para el carro, cerebrito,” - responderé yo - “¿quién está vendiendo el fin del mundo?” Porque realmente no creo que se esté acabando el mundo, ni mucho menos”. Vamos en su dirección, tampoco estoy ciego, pero no todo está perdido. Veréis, tengo el defecto de ser un optimista empedernido. Kurzgesagt lo llama “optimismo nihilista” y lo resume en una frase que me encanta:
Si el universo no tiene un propósito, podemos decidir cuál es su propósito.
Sí, somos una mínima parte de un todo que se nos escapa constantemente de las manos y que a duras penas entendemos, pero es que esa es su naturaleza, no podemos hacer nada al respecto. Y ahí está la gracia, que cuando nada importa, aquello en lo que escogemos centrarnos adquiere una importancia enorme. Tengo todas las opciones a mi alcance, sí, y realmente no importa si esta noche me pongo la última temporada de The Boys o veo por enésima vez Cinco Lobitos; por eso, que vuelva a poner en la tele Cinco Lobitos cuando ya me la sé de memoria dota a esa decisión de importancia, porque podría haber hecho literalmente cualquier otra cosa, pero elijo llorar como una magdalena una vez más. Eso es lo realmente importante.
Y yendo también a lo concreto en cuanto a leer y ver películas, si eso es a lo que quieres dedicar tu tiempo: aprovecha las bibliotecas públicas. De verdad, hace muy poco que he empezado a sacar libros de la biblioteca y no sabéis lo feliz que soy desde entonces sabiendo que no me estoy gastando un euro en muchos libros que quiero leer, estoy apoyando los servicios que estamos pagando con nuestros impuestos, y estoy descubriendo a escritores y escritoras de cuyas obras disfruto. Otro día hablamos de las bibliotecas públicas y de lo maravillosas que son.
Efectivamente, el mundo se nos está cayendo por el borde de la mesa y habría que hacer algo. A nivel individual no podemos hacer demasiado y lo suyo sería organizarse y apostar por la acción colectiva, pero, en lo que alcanzamos ese punto, preocupándonos por todo a la vez en todas partes lo único que haremos será llegar a nuestro límite, rompernos y no poder hacer nada al respecto. Al igual que con las obras de arte, podemos dejar de lado algunas cosas para centrarnos en aquellas que podemos actuar, que nos importan realmente, o en las que simplemente somos capaces de sobrevivir. No hace falta salvar el mundo cada día ni ver las grandes películas de la humanidad cada noche, muchas veces con dar difusión a una acción o disfrutar de un capítulo de tu K-drama favorito. Lo mismo no reinventas la rueda, pero si te hace feliz, eso es suficiente.